Los saqueadores

Saqueo-de-RomaTierra de paradojas. Inconscientemente vinculamos la idea del saqueo de una población a una horda enemiga llegada de fuera. El bárbaro que vino de las estepas, el pirata de los mares, el vikingo o cualquier otra figura literaria. Y sin embargo en nuestro país tenemos a los saqueadores dentro, como caballo de Troya. En casa, como quien dice. En nómina. No sólo viven en la misma ciudad, sino que cobran de las arcas públicas. Ello no les impide que actúen como una partida de hunos desatados: mangantes, destructores, demoledores, manilargos, aulladores, violentos, amenazantes… Quizás lo único que se han dejado en la manga es lo de ser incendiarios; pero no voy a sugerir ideas, no sea que las tomen en serio.

El jueves día 2 se presentó en los cines Golem un documental que narra las aventuras y desmanes de una horda de vándalos de este calibre. “Pamplona. El saqueo de la memoria. Izanaren hondamendia”. Los temas que trata son conocidos, aunque hasta ahora no se habían contemplado en una fórmula de intervención deliberada y sistemática por parte de las autoridades. Y ésta es la gran novedad de este audiovisual, que explica cómo distintas actuaciones, muy diversas, responden a un cálculo similar, y a una misma política de intenciones. El vaciado arqueológico de la Plaza del Castillo (con sus diferentes variaciones: parking del Rincón de la Aduana, calle de la Merced, parking de la Plaza de Toros, San Francisco…), las decisiones en los distintos campos en que se expresa el euskera (desde la toponimia o los nombres del callejero –la lengua vasca desaparece de la ciudad–, hasta la educación, la enseñanza, los medios de comunicación…), la memoria del 36 con el fuerte de Ezkaba como referente, el derribo del frontón Euskal Jai, son algunos de estos episodios que dejaron huella de destrucción y escándalo en tiempos recientes.

Una serie de personas significativas, vinculadas a distintos medios e iniciativas, toman la palabra para contar estos desmanes. Joseba Asiron, historiador, resume a grandes trazos lo que ocurrió en la Plaza del Castillo, y lo extiende a otros lugares de la ciudad donde, con nombres y alcances distintos, sucedió algo parecido. Se empezó una obra en un terreno sensible, porque en Pamplona los vestigios arqueológicos inundan el subsuelo, y conforme fueron apareciendo restos la maquinaria saqueadora los iba engullendo. Huellas de tiempos históricos, de épocas en las que los vascones, romanos, musulmanes, visigodos, rondaban por estos sitios, murallas, tumbas, vestimentas… se levantaron del polvo para caer al vacío. A lo sumo para acabar en algún vertedero, como ocurrió en el de Beriain. Los saqueadores de Pamplona fueron más minuciosos y efectivos que los vándalos de triste recuerdo.

Un representante del Autobús de la Memoria, Karlos Otxoa, trae a colación la operación de cirugía estética del fuerte de San Cristóbal, en el monte Ezkaba. En este fuerte militar se construyeron en su día unos muros para adaptar el recinto a una función ocasional de presidio. Conocido el relato de los sucesos acaecidos en ese espacio siniestro (la fuga de prisioneros, el ajusticiamiento sistemático de los evadidos capturados, las revelaciones del cementerio de las botellas…), la jugada de los saqueadores ha consistido en derruir los muros en cuestión. Ya no queda rastro de lo que fue prisión. Con un arreglo parcial, el escenario vuelve a ser fortaleza inútil. Sin pruebas no hay delito, y sin crimen no hay responsables. El borrado de la memoria adquiere ahí un significado literal. Los vándalos no pasaron, se diría, por este teatro de operaciones.

Reyes Ilintxeta, periodista de Euskalerria Irratia, explica cómo se hace desaparecer el euskera de la capital vasca por antonomasia. La lengua de los navarros, en expresión documentada del siglo XII con caligrafía real, se desvanece cada día que pasa en los rincones más emblemáticos de la ciudad. Toponimia que se altera o se sobrepone, callejero que sólo se anuncia en castellano… Pero, más allá de estas fórmulas de permanencia y uso, el cerco sistemático a medios de comunicación euskaldunes revela el interés en borrar del mapa cualquier intento o voluntad de existir y trabajar en esta lengua. “Nos quieren hacer desaparecer –dice una voz angustiosa en un acto multitudinario–; nos tratan como si fuéramos ajenos a esta tierra…” El vandalismo deja estas secuelas en las calles orientadas al olvido.

Otro participante, Luis Mª Mtz Garate, de Nabarralde, desentraña el caso del Palacio de los Reyes, hoy transformado en Archivo sin cargo político. Un edificio de este relieve transmite al visitante la dimensión de la historia que ha pasado por él. Es lo que tiene el patrimonio; que habla, que explica lo que ha sido. Las piedras del Coliseo cuentan cómo era la vida de Roma en su tiempo. El palacio de los reyes de Navarra cuenta que hubo aquí un reino independiente, y que las chancillerías de Europa tenían en él sus audiencias, y sus embajadores, y por él deambulaban desde fiscales hasta mariscales, negocios y pleitos… Todo eso fue borrado en el arreglo del “archivo”.

En el caso del derribo del frontón Euskal Jai, Pello Iraizoz, de la Comisión de Defensa del Patrimonio, explica que en esa joya modernista, abandonada, desahuciada por las autoridades, los movimientos sociales organizaron un espacio de actividad alternativa, con numerosos actos y gentes alrededor. Para destruirlos a los gobernantes no se les ocurrió mejor solución que meter a la tropa y tumbar el edificio. La pala de las excavadoras se transformó en instrumento del vandalismo erigido en forma de gobierno.

Joseba Santamaría, del Diario de Noticias, reflexiona sobre lo que puede llegar a ser una ciudad que pierda su patrimonio. Una ciudad sin color, sin personalidad, sin orgullo para sus habitantes… Es curioso que, en la capital de los vascones, cada vez que aparece una tumba es de romanos, o visigodos, o lo que sea; parece que los vascones no existieron. O son inmortales y no los enterraron…

Se pueden extraer muchas reflexiones de estas imágenes reunidas en el citado documental. Es posible que desde la destrucción de la Navarrería, allá por el siglo XIII, no se hayan cometido tantas averías contra la ciudad de Pamplona y sus bienes. Y lo grave es que los saqueadores están ahí todavía; que no se han ido. De vez en cuando nos organizan un saqueo, un derribo. Y les pagamos el sueldo.